Camp-oso
-¡Oso
González! ¡Chocorro!
Oso González abrió los ojos poco a
poco.
-¡Oso González! ¡Ayudaaaa!
-¡Voy, Pelusa!- Oso González dio un
salto de la cama y salió corriendo hacia el lugar proveniente de esa suave voz.
En ese momento, él solo deseaba que los gritos de auxilio que estaba escuchando
no fueran por nada malo. Aunque, probablemente no fuera así…
-¡Ayyychchchch!
Oso González frunció el ceño. Pelusa
estaba ante él, con las patitas delanteras en alto y corriendo en círculos.
-Pelusa… ¿Pero… qué…?
-¡Ayuda, Oso González! ¡Un monchtruo
acaba de caer enchima e mííí!
-Pelusa, tranquilízate, tan solo es
una carta que el cartero ha pasado por la abertura de la puerta. –dijo Oso González,
al tiempo que apartaba un pequeño sobre blanco de al lado de Pelusa.
-Aaach… -Pelusa se quedó mirando la
carta hasta que Oso González la cogió en brazos y la llevó al sofá.
-Veamos… -Oso González comenzó a
leer la carta. –Blablabla blablablaba… Un campamento de actividades al aire
libre… ¿Crees que podríamos ir, Pelusa?
-Chi no haych mách remedioch…
-Seguro que te encantará. Yo dije lo
mismo cuando tenía tan solo 6 años y mi madre me propuso ir a uno.
-Y… ¿quéch pachó luegoch?
-Pues… me gustó tanto que al año
siguiente volví, y al siguiente, y al siguiente… Así hasta que fui demasiado
mayor como para seguir yendo.
-Buenoch… en eche cacho…
Una semana más tarde, Oso González y
Pelusa viajaban en autobús.
-Oso González…
-¿Si, Pelusa?
-Mech aburroch…
-Pues… canta.
-¿Quech cantech?
-Si, canta una canción de
campamento.
-¿Porch ejemploch…?
A Oso González se le iluminó la cara
de repente, y, al mismo tiempo comenzó a cantar una canción de campamento que
estaba seguro de que a Pelusa le encantaría.
-Estaba la familia sapo… estaba papá
sapo… “saposaposaposaposaposaposa”… “saposa”… “sasa” … “saaaaaaa”… Estaba la
familia sapo… estaba mamá sapo… “saposaposaposaposaposaposa”… “saposa”… “sasa”…
“saaaaaaa”…
A Pelusa le entusiasmó tanto la
canción que, al comenzar a cantarla, el camino se le hizo lo más corto posible.
Al llegar por fin, era prácticamente de noche, por
lo que todos abrieron sus tiendas de campaña y se metieron dentro, a dormir. Oso
González y Pelusa dormían en la misma tienda. Pero Pelusa no pudo dormir ni una pizca, debido al
charlatán del burro que había en la tienda de al lado.
A la mañana siguiente, los dos amigos oyeron tocar
la corneta para despertarse. Rápidamente, se levantaron y fueron al comedor
para desayunar. Pelusa se sentó con una pequeña serpiente que, para ser tan
distintas, tenía muchas cosas en común con Pelusa. Las dos se hicieron amigas
al instante y, después de comer, fueron juntas al lago, acompañadas de Oso González,
claro.
Después de eso, remaron en canoas, fueron a pasear
y, sobre todo, hicieron muchos más amigos y se lo pasaron genial.
El último día, cuando Pelusa y Oso González recogían
sus cosas para irse, oyeron a alguien llorar. Pelusa salió de la tienda de
campaña y llegó a junto de Ente, su amiga la serpiente, que estaba llorando en
su tienda.
-Ente… ¿quéch tech pacha?
-Esssss que, no me quiero ir de esssste
campamento, todo ha sssido muy divertido…
Oso González, que se había enterado de lo que
pasaba, cogió a Ente de la cola y la tranquilizó.
-Todos nos lo hemos pasado muy bien, pero hay que
aceptar que se ha acabado. Piensa, simplemente, que el próximo año, podrás
volver, y tendrás la ocasión de volver a ver a Pelusa y a mi…
-¿Echo chignifica quech volveremoch? –preguntó, ya
emocionada, Pelusa.
-Si, probablemente.
-¡Yujuuuuuuuch!
Pelusa saltó y se agarró al cuello de Oso González,
para darle un gran, gran abrazo, el mayor abrazo que una pequeña pulga le podría
haber dado a un gran oso. Ente, al verlos tan contentos, se animó y saltó también
para abrazarles. Los tres sabían que el año siguiente se volverían a ver, y
que, por supuesto, disfrutarían más que ningún otro día.
Continuará…
El próximo mes