Oso
González estaba caminando por el paseo que había cerca de su casa. De repente,
notó un cosquilleo subiéndole por la pata. ¡Pelusa había despertado por fin!
-¡Ahhhhhhch!-Pelusa
bostezó mientras se estiraba- ¡Buenoch díach, Oso González!
-¡Buenos
días, Pelusa! Estoy dando un paseo, ¿quieres que te lleve a casa?- Pelusa no
contestó, simplemente, se tumbó en el hombro derecho de Oso González y disfrutó
mientras el sol le daba en la cara.
-Mmmmmmch…
-¡Pelusa,
que dormilona eres!-Pelusa siguió sin contestar, y entrecerró los ojos.
Media
hora después, cuando ya estaban de vuelta a casa, Pelusa se despertó, pero no
abrió los ojos. El sol todavía estaba alto, y le daba en la cara. Pero en ese
momento, comenzó a tener frío. Abrió los ojos y descubrió que el sol ya había
desaparecido. Movió la cabeza, para así descubrir la causa de la sombra: una
gran mansión gris oscuro tapaba el sol.
-Oso
González, ¿podemoch volverch a cacha?
-Oh,
veo que por fin has decidido despertar, dormilona. ¿Por qué quieres volver a
casa?
-Echa
cacha de ahích me dach un pococh dech miedoch…
-No
te preocupes, solo es una casa.
Pero
Pelusa no pensaba lo mismo, saltó del hombro de Oso González y corrió hacia su
casa. Oso González se asustó, y corrió detrás de ella. Pero a los 20 metros, se dio cuenta
de que Pelusa corría muy deprisa y que ni él, (que siempre había corrido muy
rápido, aunque no fuera el mejor en gimnasia) podía seguirla. Entonces se paró
en seco y se sentó a descansar en el banco más cercano. No se preocupó más por
Pelusa, pues sabía que ella sabría ponerse a salvo, o simplemente, llegar a
casa. Pensó en volver junto a Pelusa, en casa, pero el sol aún le daba en la
cara. Por lo que se quedó dormido en el banco.
Poco
después, sobre la una del mediodía, Oso González se despertó, porque empezaba a
notar frío. Miró a su izquierda, a su derecha, hasta que descubrió donde
estaba: dentro de la mansión a la que Pelusa tenía tanto miedo. Se levantó de
un salto, y corrió hasta lo que creía que era la puerta, pero solo era una
pared. En ese momento, empezó a oír pasos procedentes de lo que debían ser unas
escaleras.
-Oh,
cielo, ¿Qué tal te encuentras?
Por
pura intuición, Oso González supo que se dirigía a él.
-Bien,
señora. ¿Mmmmmm?
-Perdóname
por no presentarme, soy Mrs. Tortui. Te he visto en aquel banco y he decidido
invitarte.
-Oh,
muchas gracias, señora, pero tengo que irme a mi casa.
-¿No
te puedes quedar?- Oso González descubrió entonces que le pasaba a la
misteriosa tortuga. Falta de compañía. Oso González decidió quedarse un rato
con ella al comprender que si él no tuviera a Pelusa, probablemente terminaría
en una mansión oscura, encerrado y sin salir. Pero Oso González tenía miedo,
miedo de estar solo.
-Si,
supongo que me puedo quedar un poco más.-se apresuró a contestar Oso González,
aunque no fuera así: él no quería quedarse allí.
-Bien,
prepararé unas galletas.
Oso
González empezó a preocuparse. No por él mismo, en este caso, por Pelusa.
¿Dónde estaría en ese momento? ¿Habría llegado a casa sana y salva? Oso
González temía lo peor. Pero entonces, oyó un pequeño ruido procedente del
porche de la mansión. El ruido era tan suave que, si no estuviera acostumbrado
a escuchar a Pelusa, (que no hay que olvidar que es una pulga) no habría oído
ese ruido.
De
repente, la puerta se abrió de golpe, dando un portazo en la pared. Oso
González descubrió una pequeña sombra en la puerta.
-¡Pelusa!
-¡Oso
González! ¡Echtás biench!
Rápidamente,
Mrs. Tortui asomó la cabeza y bajó corriendo las escaleras, demasiado rápido
para una tortuga, pensó Oso González.
-¡Ey,
tú!-gritó la tortuga, dirigiéndose a Pelusa -¡Suéltale, es mi invitado!
-¡Ych
tambiénch ech mich amigoch!-contestó Pelusa.
-No,
Pelusa, te lo explicaré:- Oso González tranquilizó a Pelusa, al ver que esta se
empezaba a poner nerviosa. –Esta tortuga vive sola, y tiene falta de compañía,
lo que quiere decir que está medio loca por no tener amigos. Al verme en el
banco, pensó que podría hacerse amiga mía y me secuestró.
-Och…
En eche cacho…-Pelusa pensó rápidamente.- Yoch tengoch unch primoch quech tambiénch
vive cholo. Ech unach pulgach, peroch buenoch…-Mrs. Tortui la interrumpió de
repente:
-¡Preséntamelo
y dejaré a tu amigo en paz!
Pelusa
asintió con la cabeza, luego, se llevó los dedos a la boca y silbó. Al momento
apareció una pulga unos centímetros más grande que Pelusa. Esta, les presentó:
-Primoch
Pulgui, echta ech Mrs. Tortui, tech dejarách vivirch con ellach chi te haches
chu amigo.
-¡Oso
González!- repitió Pelusa.
-Hola,
Pelusa, gracias por rescatarme, pero, ¿no has tenido miedo?
-Noch,
volvích por elch caminoch y al verch que noch echtabas, un instintoch me dijoch
que echtabach aquích. Y, lach amichtad vale mách ue elch miedoch, y por esoch,
superé mich miedoch a echta cacha, y entré.
-¡Gracias,
Pelusa!
Oso
González y Pelusa se dieron un gran abrazo, y, agarrados de la mano, volvieron
camino a casa, mientras el primo de Pelusa y la tortuga que secuestró a Oso
González se divertían juntos.
Continuará…
El próximo mes
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