lunes, 25 de marzo de 2013

Oso González Cap.5




Oso González estaba caminando por el paseo que había cerca de su casa. De repente, notó un cosquilleo subiéndole por la pata. ¡Pelusa había despertado por fin!
-¡Ahhhhhhch!-Pelusa bostezó mientras se estiraba- ¡Buenoch díach, Oso González!
-¡Buenos días, Pelusa! Estoy dando un paseo, ¿quieres que te lleve a casa?- Pelusa no contestó, simplemente, se tumbó en el hombro derecho de Oso González y disfrutó mientras el sol le daba en la cara.
-Mmmmmmch…
-¡Pelusa, que dormilona eres!-Pelusa siguió sin contestar, y entrecerró los ojos.
Media hora después, cuando ya estaban de vuelta a casa, Pelusa se despertó, pero no abrió los ojos. El sol todavía estaba alto, y le daba en la cara. Pero en ese momento, comenzó a tener frío. Abrió los ojos y descubrió que el sol ya había desaparecido. Movió la cabeza, para así descubrir la causa de la sombra: una gran mansión gris oscuro tapaba el sol.
-Oso González, ¿podemoch volverch a cacha?
-Oh, veo que por fin has decidido despertar, dormilona. ¿Por qué quieres volver a casa?
-Echa cacha de ahích me dach un pococh dech miedoch…
-No te preocupes, solo es una casa.
Pero Pelusa no pensaba lo mismo, saltó del hombro de Oso González y corrió hacia su casa. Oso González se asustó, y corrió detrás de ella. Pero a los 20 metros, se dio cuenta de que Pelusa corría muy deprisa y que ni él, (que siempre había corrido muy rápido, aunque no fuera el mejor en gimnasia) podía seguirla. Entonces se paró en seco y se sentó a descansar en el banco más cercano. No se preocupó más por Pelusa, pues sabía que ella sabría ponerse a salvo, o simplemente, llegar a casa. Pensó en volver junto a Pelusa, en casa, pero el sol aún le daba en la cara. Por lo que se quedó dormido en el banco.
Poco después, sobre la una del mediodía, Oso González se despertó, porque empezaba a notar frío. Miró a su izquierda, a su derecha, hasta que descubrió donde estaba: dentro de la mansión a la que Pelusa tenía tanto miedo. Se levantó de un salto, y corrió hasta lo que creía que era la puerta, pero solo era una pared. En ese momento, empezó a oír pasos procedentes de lo que debían ser unas escaleras.
-Oh, cielo, ¿Qué tal te encuentras?
Por pura intuición, Oso González supo que se dirigía a él.
-Bien, señora. ¿Mmmmmm?
-Perdóname por no presentarme, soy Mrs. Tortui. Te he visto en aquel banco y he decidido invitarte.
-Oh, muchas gracias, señora, pero tengo que irme a mi casa.
-¿No te puedes quedar?- Oso González descubrió entonces que le pasaba a la misteriosa tortuga. Falta de compañía. Oso González decidió quedarse un rato con ella al comprender que si él no tuviera a Pelusa, probablemente terminaría en una mansión oscura, encerrado y sin salir. Pero Oso González tenía miedo, miedo de estar solo.
-Si, supongo que me puedo quedar un poco más.-se apresuró a contestar Oso González, aunque no fuera así: él no quería quedarse allí.
-Bien, prepararé unas galletas.
Oso González empezó a preocuparse. No por él mismo, en este caso, por Pelusa. ¿Dónde estaría en ese momento? ¿Habría llegado a casa sana y salva? Oso González temía lo peor. Pero entonces, oyó un pequeño ruido procedente del porche de la mansión. El ruido era tan suave que, si no estuviera acostumbrado a escuchar a Pelusa, (que no hay que olvidar que es una pulga) no habría oído ese ruido.
De repente, la puerta se abrió de golpe, dando un portazo en la pared. Oso González descubrió una pequeña sombra en la puerta.
-¡Pelusa!
-¡Oso González! ¡Echtás biench!
Rápidamente, Mrs. Tortui asomó la cabeza y bajó corriendo las escaleras, demasiado rápido para una tortuga, pensó Oso González.
-¡Ey, tú!-gritó la tortuga, dirigiéndose a Pelusa -¡Suéltale, es mi invitado!
-¡Ych tambiénch ech mich amigoch!-contestó Pelusa.
-No, Pelusa, te lo explicaré:- Oso González tranquilizó a Pelusa, al ver que esta se empezaba a poner nerviosa. –Esta tortuga vive sola, y tiene falta de compañía, lo que quiere decir que está medio loca por no tener amigos. Al verme en el banco, pensó que podría hacerse amiga mía y me secuestró.
-Och… En eche cacho…-Pelusa pensó rápidamente.- Yoch tengoch unch primoch quech tambiénch vive cholo. Ech unach pulgach, peroch buenoch…-Mrs. Tortui la interrumpió de repente:
-¡Preséntamelo y dejaré a tu amigo en paz!
Pelusa asintió con la cabeza, luego, se llevó los dedos a la boca y silbó. Al momento apareció una pulga unos centímetros más grande que Pelusa. Esta, les presentó:
-Primoch Pulgui, echta ech Mrs. Tortui, tech dejarách vivirch con ellach chi te haches chu amigo.
La pulga corrió junto la tortuga, y juntos, desaparecieron en la cocina.
-¡Oso González!- repitió Pelusa.
-Hola, Pelusa, gracias por rescatarme, pero, ¿no has tenido miedo?
-Noch, volvích por elch caminoch y al verch que noch echtabas, un instintoch me dijoch que echtabach aquích. Y, lach amichtad vale mách ue elch miedoch, y por esoch, superé mich miedoch a echta cacha, y entré.
-¡Gracias, Pelusa!
Oso González y Pelusa se dieron un gran abrazo, y, agarrados de la mano, volvieron camino a casa, mientras el primo de Pelusa y la tortuga que secuestró a Oso González se divertían juntos.

Continuará…
El próximo mes


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