Tarde de deberes
Me acomodé en mi asiento, en clase. Selva me sonrió. Ya
pasaban cinco minutos de la hora, Pelusa y yo nos habíamos retrasado, pero mi
profesor todavía no había llegado. Pronto llegó un topo mayor, con gafas, quien
nos comunicó que nuestro profesor no había llegado hoy, por lo que podíamos
adelantar trabajo. En lugar de ello, comencé una conversación con mi compañera
de asiento, durante la cual trabamos amistad.
-¿Por qué llevas siempre esa… cosa en la cabeza? –pregunté,
señalando su cono de purpurina, con el que ya me había familiarizado. Entornó
los ojos, y, restándole importancia, murmuró:
-Me gusta ser un unicornio. –no cuestioné su palabra y cambié
rápidamente el tema de conversación. Pronto, Crisis, el perro labrador que se
encontraba delante de nosotros, se giró y llamó a la yegua, tirándole
ligeramente del pelo. Reí por lo bajo, pues me había demostrado que su pelo no
era una peluca, al contrario de lo que yo creía.
Durante la segunda hora, estando en clase de matemáticas,
estuvimos haciendo ejercicios, que no se me daban demasiado bien, por lo que
estuve volviendo atrás una y otra vez, así que se me fueron acumulando para
hacerlos en casa.
En el recreo, cogí mis galletas y bajé al patio donde me
reuní con Claire y Alexander, que aún discutían, y pronto llegó Algodón, que
intentó calmarlos, sin resultado. El recién llegado y yo comenzamos a entablar
una conversación, en la que de pronto me acordé de Pelusa. Fui corriendo a
buscarla, deseando que nadie la hubiera aplastado o que se sintiera sola. Al
contrario, la encontré rodeada de siete animales (todos pequeños, aunque no
tanto como ella). Estaban riendo, y eso me alegró. La dejé con sus amigos y
volví con los míos, a los que di mi número de teléfono, pues se nos ocurrió que
podríamos reunirnos para hacer los deberes algún día.
Al final de las clases, recogí a Pelusa y volvimos a casa con
un amigo suyo, que se presentó como Teo, un piojo de su clase. Lo acompañamos
hasta su casa, que tan sólo estaba a doscientos metros de la nuestra, y
volvimos corriendo para comer.
Mientras Pelusa se zampaba medio grano de arroz y nos contaba
sus aventuras en clase, sonó el teléfono. Corrí a cogerlo, y me sorprendió oír
la voz de Algodón al otro lado de la línea.
-Hola, Oso González. He hablado con Alexander y Claire, y nos
preguntábamos si querrías quedar para hacer los deberes. Dicen que podríamos ir
a su casa. –acepté, emocionado, aunque no sin antes preguntarle a mi madre.
Acabé de comer corriendo, aunque habíamos quedado a las cuatro.
Preparé una mochila con libretas y libros y me armé a Pelusa al hombro. A las
cuatro y cinco minutos apareció el coche de Algodón en la puerta. Subí
corriendo, y llegamos a la casa de los hermanos koala. Claire salió corriendo a
abrirnos, y Alexander vino detrás. Nos enseñaron su casa, que a simple vista me
pareció inmensa, y nos condujeron a su habitación que, graciosamente, habían
tenido que separar con una enorme estantería, a causa de sus peleas de
hermanos. Nos acomodamos en el suelo, pues la habitación estaba totalmente
desordenada, y no quedaba más hueco que una pequeña parte de la moqueta.
Comenzamos a hacer los deberes, lo que nos llevó toda la tarde, pues rara vez
estudiábamos, porque nos pasamos toda la tarde jugando y riendo.
Continuará...
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