domingo, 1 de febrero de 2015

Oso González Cap.12



 





 Tarde de deberes
     


         Me acomodé en mi asiento, en clase. Selva me sonrió. Ya pasaban cinco minutos de la hora, Pelusa y yo nos habíamos retrasado, pero mi profesor todavía no había llegado. Pronto llegó un topo mayor, con gafas, quien nos comunicó que nuestro profesor no había llegado hoy, por lo que podíamos adelantar trabajo. En lugar de ello, comencé una conversación con mi compañera de asiento, durante la cual trabamos amistad.
        -¿Por qué llevas siempre esa… cosa en la cabeza? –pregunté, señalando su cono de purpurina, con el que ya me había familiarizado. Entornó los ojos, y, restándole importancia, murmuró:
        -Me gusta ser un unicornio. –no cuestioné su palabra y cambié rápidamente el tema de conversación. Pronto, Crisis, el perro labrador que se encontraba delante de nosotros, se giró y llamó a la yegua, tirándole ligeramente del pelo. Reí por lo bajo, pues me había demostrado que su pelo no era una peluca, al contrario de lo que yo creía.

        Durante la segunda hora, estando en clase de matemáticas, estuvimos haciendo ejercicios, que no se me daban demasiado bien, por lo que estuve volviendo atrás una y otra vez, así que se me fueron acumulando para hacerlos en casa.

        En el recreo, cogí mis galletas y bajé al patio donde me reuní con Claire y Alexander, que aún discutían, y pronto llegó Algodón, que intentó calmarlos, sin resultado. El recién llegado y yo comenzamos a entablar una conversación, en la que de pronto me acordé de Pelusa. Fui corriendo a buscarla, deseando que nadie la hubiera aplastado o que se sintiera sola. Al contrario, la encontré rodeada de siete animales (todos pequeños, aunque no tanto como ella). Estaban riendo, y eso me alegró. La dejé con sus amigos y volví con los míos, a los que di mi número de teléfono, pues se nos ocurrió que podríamos reunirnos para hacer los deberes algún día.
       
        Al final de las clases, recogí a Pelusa y volvimos a casa con un amigo suyo, que se presentó como Teo, un piojo de su clase. Lo acompañamos hasta su casa, que tan sólo estaba a doscientos metros de la nuestra, y volvimos corriendo para comer.

        Mientras Pelusa se zampaba medio grano de arroz y nos contaba sus aventuras en clase, sonó el teléfono. Corrí a cogerlo, y me sorprendió oír la voz de Algodón al otro lado de la línea.
        -Hola, Oso González. He hablado con Alexander y Claire, y nos preguntábamos si querrías quedar para hacer los deberes. Dicen que podríamos ir a su casa. –acepté, emocionado, aunque no sin antes preguntarle a mi madre.
        Acabé de comer corriendo, aunque habíamos quedado a las cuatro. Preparé una mochila con libretas y libros y me armé a Pelusa al hombro. A las cuatro y cinco minutos apareció el coche de Algodón en la puerta. Subí corriendo, y llegamos a la casa de los hermanos koala. Claire salió corriendo a abrirnos, y Alexander vino detrás. Nos enseñaron su casa, que a simple vista me pareció inmensa, y nos condujeron a su habitación que, graciosamente, habían tenido que separar con una enorme estantería, a causa de sus peleas de hermanos. Nos acomodamos en el suelo, pues la habitación estaba totalmente desordenada, y no quedaba más hueco que una pequeña parte de la moqueta. Comenzamos a hacer los deberes, lo que nos llevó toda la tarde, pues rara vez estudiábamos, porque nos pasamos toda la tarde jugando y riendo.

Continuará...

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