Paré delante de unas grandes puertas que se alzaban
ante mí. No pude evitar pensar en cómo Pelusa vería aquello. Era un edificio
enorme y antiguo, tétrico y siniestro, pero, extrañamente, en el que la gente
reía y disfrutaba. Agarré a Pelusa, que estaba en mi hombro, y juntos, entramos
en la estancia.
Mi primer pensamiento fue de miedo, pues no me esperaba algo
semejante. En la sala central había unas puertas encima de las cuales podía
leerse “Conserjería”, “Atención a alumnos”, “Atención a padres”, y “Dirección”.
Me dirigí al último, y una marmota ya entrada en edad me tomó los datos y me
indicó a dónde debía ir. Subí unas escaleras y entré en el “Salón de actos”,
cómo me había indicado. Tomé asiento junto a unos koalas que, de pronto,
estallaron en una pelea en la que yo me ví implicado, pues un profesor se
acercó a mí y me situó en una silla entre los dos koalas, que no por eso
dejaron de discutir.
-Hola. –me giré, detrás de mí distinguí a un conejo blanco,
con la cabeza demasiado grande en comparación a las diminutas patas. –Me llamo
Algodón, y… veo que ya conoces a Claire y a Alexander. –añadió, señalando a los
dos koalas.
-Soy Oso González, y esta es Pelusa. –el conejo me sonrió, y
abrió la boca dispuesto a hablar, pero la directora lo hizo antes que él.
-Bienvenidos a 1º de la ESO. Esperamos que todos os
sintáis a gusto en este nuevo instituto. –se oyeron murmullos. –Ahora,
procederemos a indicar vuestras respectivas clases. – se oyeron decenas de
nombres y clases, hasta que llegaron al mío:
-Oso González. Primero D. –sonreí, y me encaminé hacia mi
clase, pero Pelusa me recordó que todavía no la habían nombrado. Me senté de
nuevo, a su lado.
-Pelusa González. Primero A. –Pelusa me miró, asustada, y yo
la consolé con una mirada. Me agarró del brazo pero lo retiré, prometiéndole
que haría amigos.
A mí también me dolía no estar con Pelusa, pero no lo mostré,
porque entonces se pondría más triste. Ella sin mí, era… era una pulga
solitaria en un instituto lleno de animales enormes a sus ojos. Nunca me había
separado de mi hermana… De hecho, nunca la había visto como una hermana. Es
cierto que desde que la conocí siempre ha vivido en mi casa, e incluso le hemos
puesto mi apellido, pero… ¿la podía llamar “hermana”? Quizá el término exacto
estaría en “media hermana” o “hermanastra”.
Llegué a mi clase siguiendo las indicaciones de los
profesores, y tomé asiento. Durante tres horas, los profesores de matemáticas,
inglés y ciencias naturales se presentaron en nuestra clase. Nuestra tutora,
una liebre alta y más bien rellena, nos colocó por orden alfabético. Yo me
senté con una yegua blanca, de ojos saltones y una gran crin rubia, que era
obvio que era una peluca. Me dirigió una mirada, y, al verla de frente,
distinguí un cono de cartón que llevaba pegado a la frente, como si estuviera
intentando parecer un unicornio.
-Soy Oso González. –le dije, intentando parecer amable.
-Hola. –la miré, intentando que me dijera su nombre, hasta
que medí cuenta de lo despistada que era y le pregunté cómo se llamaba.
-Soy Selva Roca. ¡Soy un unicornio!-añadió, elevando las
manos hacia el cielo. Entonces me di cuenta que no sólo era despistada…
Las clases se me hicieron eternas, pero hubo un recreo de
media hora, que pasé hablando con Pelusa. A última hora nos comunicaron que al
día siguiente nos guiarían en una visita por todo el instituto. En cuanto sonó
el último timbre, un revuelo increíble se armó en los pasillos. Preocupado por
Pelusa y su pequeño tamaño, fui a buscarla a su clase, luchando contra la
corriente de alumnos que iban hacia la salida. Para mi sorpresa, la encontré
hablando con un piojo, que por lo visto tenía su mismo problema. La recogí y la
conduje hacia la salida.
-Oso González… ¡hoych me lo hech pachado genialch! ¡He
hechoch un amigoch!
-Me alegro, Pelusa. ¿Qué tal tus profesores?
-Son muych majoch.
Sin dejarme tiempo a responder, Pelusa comenzó a narrarme,
detalle a detalle, como había sido su día, su primer día.
Continuará...
Me encanta Oso González, las historias siempre son divertidísimas. Y LOS KOALAS MOLAN, PERO CLAIRE ME DA MAL ROLLO.
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